RELATO BREVE
AUTOR: GUSTAVO RONSINO
LOS HOLOCAUSTOS
El silencio arbóreo de la noche cedió con el chirrido metálico
de las ruedas sobre las vías. Oscuros y tendidos sobre la humedad de la tierra
lo veíamos curvarse como una oruga para luego caer dibujando la brumosa línea de
la loma. Escuchábamos con reservada
felicidad los martillazos secos sobre los impertérritos durmientes. Amarilleado
por la breve luz de un farol a kerosene se alejaba el contorno espectral del último
vagón. Sobre él la estrecha puerta final
agujereada por la ventanuca de rejas se bamboleaba mientras los últimos humanos
desprendían sus manos de las barandas descolgándose
furtivos hacia los pastizales y hundiéndose en el profundo amparo de las matas.
Hasta que el convoy se apagó en el horizonte fuimos igual que piedras. Parecer muertos era vivir. La fuga
era solo una espera que nos urgía interrumpir antes que el amanecer revelara
que el único muerto adentro de aquella jaula rodante no era un judío. Nuestra
pequeñez vino a reunirse en el punto marcado por el invisible silbido y desde allí,
como un arroyo fuimos corriendo en busca del mar. Íbamos orientados por el
ruido de la rompiente que a cada paso nos latía más cercana. Mirna y yo, que me
llamo Rafael, y los otros cinco nos encadenábamos
sosteniéndonos con nuestras manos y formando
una hilera que como nacientes tortugas
marinas desafiábamos la rapacidad del aire aventurándonos en busca de la
orilla. Con nuestros pensamientos descalzos y nuestras almas hambrientas. Harapientos , enfermos y Salvos.