jueves, 17 de septiembre de 2020

 

 

 

LA SELVA EN EL FRASCO

 

AUTOR: GUSTAVO RONSINO

 

“Lo maravilloso de la infancia es que todo es real. El hombre mayor es el que vive una vida de ficción, atrapado por las ilusiones y los sueños que lo ayudan a subsistir”. Ricardo Piglia.

 

 

I

 

Íbamos abrazados y haciendo rebotar nuestros culos sobre el butacón de cuerina color marrón ferroviario. Trac trac! trac trac! nos decíamos a coro mirándonos las bocas y moviendo nuestros brazos como palancas de locomotora. Habíamos subido en Constitución atropelladamente para copar la ventanilla, adelantándonos a mi tía y a mi mama, que viajaron del lado del pasillo. Todo el sol nos pertenecía exclusivamente iluminandonos las caras. Reíamos con nuestras bocas torcidas y los dientes afuera mirando a la gente y a las cosas que subían y bajaban fugándose para atras. Y cantábamos a coro y a los gritos esas canciones aprendidas en los días de excursión. "Chofer! Chofer! apure ese motor que en esta cafetera nos morimos de calor!". Una mujer sola viajaba de cara a nosotros. Tenía el labio de arriba oscurecido por un bigotin, en el pelo acopetado y duro se le hundía una peineta que parecía un rastrillo y un collar de pelotitas blancas y brillantes bailaba en su cuello. Con sus largos dedos de uñas rojas apretaba sobre su falda una cartera negra y brillosa y con la cabeza girada hacia la ventanilla se hacia la que miraba el cielo y de repente nos cruzaba sus ojos saltones como una maestra enojada. Su reflejo en el vidrio era tan deforme que nos reíamos más todavía tentados por su cabeza de cardenal embarrado. La mujer iba moviéndose en el asiento y mirándonos de arriba abajo mientras de cara a la ventanilla sacábamos nuestras lenguas y riéndonos la espiábamos de reojo. Mi tía Emilia empezaba a observarla con ansiedad "Siéntense... ya estamos por llegar" nos repetía y bufaba al ver a mi mama que roncaba a su lado con la boca apuntando al techo. La mujer, cada vez más nerviosa, cruzaba las piernas para un lado y para otro mientras mi tía la codeaba disimuladamente a la Viryi que me codeaba a mí, primero con cara seria y después estallando en una risa cacareada que yo, completamente tentado, le devolvía con tanta fuerza que se me escapaban los pedos. Entonces mi tía también empezaba a tentarse mirándonos reír como insanos y al final la codeaba a mi mama que se despertaba de golpe. "Compórtense che!" rezongaba enderezandose. Poníamos serias las caras y enseguida, frunciendo la boca y levantando los hombros, seguíamos con lo nuestro. Al final los cuatro nos habíamos contagiado la risa y nadie podía disimular. Entonces la del copete mirándonos con las cejas oblicuas y la boca puntiaguda se levantó de un salto, sacudió la cabeza y se fue relojeando a nuestras madres y murmurando su rabia. Le mirábamos las costuras en las medias y los tacones zigzagueantes riéndonos con la panza ondulante y haciéndole pito catalán por encima del borde del asiento mientras se alejaba. Era sábado a la tarde y el viaje era demasiado largo como para comportarse. No estabamos en misa o en algún velorio. Trac Trac...Trac Trac.

 

II

 

Con la Viryi nos conocíamos desde siempre. Desde todos nuestros diez años. Habíamos nacido el mismo dia y en el mismo hospital. Solo que ella era media hora más grande que yo. Una vez nos contaron nuestras madres que ese dia se les había ocurrido nacer a tantos que nos tuvieron que poner a los dos en la misma cuna y que la enfermera, loca de tanto trabajo, en el apuro me vistió a mí de rosa y la Viryi de celeste. Hasta que cumplimos los siete fuimos carne y uña. Vivíamos en el segundo piso del mismo edificio. Ellos en el A y nosotros en el B. Íbamos a la misma escuela y al mismo grado. Le decíamos a la gente que éramos mellizos, aunque no nos pareciamos ni en lo blanco del ojo. Don Roque, el kiosquero de la esquina, se deleitaba cuando trepados con los codos al mostrador y tamborileando con los pies colgados le contábamos las historias de aparecidos en los sótanos de una fábrica de fósforos abandonada rogándole que nos regale caramelos "Ostede sí que son fatale" decía y mientras nos deslizaba los masticables nos iba ahuyentando como a las moscas.

"¡Vía...vía!".

 

III

 

Cuando cumplimos los siete años mi casa se transformó. Hicimos una gran fiesta para los dos. Ese mismo dia íbamos a tomar la Comunión pero, unas semanas antes y después de meses de asistir a catecismo, con los trajes y los brazaletes bendecidos y con los evangelios de nácar ya comprados , el cura párroco dejo los hábitos doblados sobre una silla en la sacristía y escapo con una mujer que plumereaba desde hacía años el santo mármol de Jesús. Al enterarse, mi mama dio un puñetazo sobre la mesa y casi la parte en dos. Mi tía tomaba un mate atrás del otro y vociferaba rabiosa. "Te dije que le veía algo raro a ese cura yo...y nos cobró la cuota religiosamente...si lo agarro..." y enseguida se santiguaba. El escandalo azoto al barrio. No se habló de otra cosa en semanas. Y nosotros refunfuñábamos pensando que íbamos a quedarnos sin un mísero regalo y a merced de una vida pagana y terrenal. En la juerga de nuestro cumpleaños olvidamos la amarga eucaristía y recuperamos autitos de plástico, muñecas y hasta plata que nos trajo un tío desde España. Vino una prima maga desde Lobos con su caja, su galera y sus palomas. Hubo fotos, piñata y torta con chocolate y catorce velitas que al final apagamos juntos entre deseos, aplausos, besos y felices cumpleaños cantados.

 

IV


La viryi era más mi hermana que una prima. Era mi mejor y única amiga y también mi único y mejor amigo. Jugábamos al futbol y a Titanes en el ring en mi pieza. Bañábamos a los muñecos y los cagábamos a pedos, con gesto de padres bravos, porque lloraban mientras los colgábamos de los pelos en la cuerda para la ropa. "Se quedan ahi carajo!" les ordenábamos con voz grave y las frentes arrugadas. Y nos tirábamos en el piso a jugar al tinenti mientras las sombras de los colgados se bamboleaba sobre las baldosas. Algunas tardes aprovechábamos la mundana suspensión de los cuerpos que proponía la siesta con sus ronquidos y sus ensoñaciones balbucedas para emprender nuestros rocambolescos y silenciosos asaltos a los monederos. Bajábamos las escaleras como esquiadores , apretando el botín entre los dedos y volábamos al kiosco a dilapidar nuestra fortuna en decenas de chicles y cohetes. Terminábamos la bandoleresca en los inexpugnables rincones del baldío de la cuadra entre saltos, abrazos y risas, inflando globos de menta y en medio de azules nubes de pólvora quemada. Eramos bosteros acérrimos e íbamos a la cancha los domingos con mi papa y mi tío envueltos en la misma bandera auriazul. Vivíamos la vida juntos y nada nos podía separar.

   

V

 

Despertamos con la fiesta dando vueltas en las narices. Nos levantamos temprano y La Viryi vino enseguida a jugar a la mancha venenosa en mi pieza. Corríamos con las guirnaldas de papel al cuello, los bonetes chuecos sobre las cabezas y los cornetines extensibles que se acercaban y se alejaban con cada soplido. Mi mama andaba juntando restos de la piñata esparcidos en el comedor y mi papa arreglaba algo que no sé qué era. Mi perro iba y venía a paso cortito y dando saltos detrás nuestro. De repente oímos a tía Emilia gritar. No entendíamos que decía, pero vimos salir a mi papa corriendo y a mi mama detrás. El mate se cayó en la mesa y nosotros corrimos también. "¡No! ¡No!...¡Roberto! ¡Roberto! levantate gordo...¿qué te pasa viejo?...por favor gordo... ¡levantate!" decía mi papa mientras mi tía lloraba desesperada y mi mama la abrazaba. Nos colamos hasta el baño pasando entre los cuerpos y ahi lo vimos tirado boca abajo en el piso. La espuma de afeitar en la cara, los ojos entreabiertos, sangre en la nariz. Nos sacaron enseguida no sé quién. Llamadas de teléfono, corridas a buscar al doctor a su casa vecina. La ambulancia. Llorábamos abrasadísimos con la Viryi mientras lo sacaban entre muchos pálido y transpirado. Era el más gordo y el más bueno del mundo. Cuando se lo llevaron fue la única vez que vi llorar a mi papa. En la vereda nos abrazamos fuerte a sus piernas y lloramos los tres. Cuando mi abuela llego desde Lobos fuimos donde estaban todos. Y el tio Roberto?... Ella nos alzó y le dimos un beso. Parecía dormido... Y enseguida nos fuimos con la abuela. Esa noche no escuchamos cuentos de Dickens, ni de Salgari. Nos quedamos oyendo el silencio de un cielo oscuro y nebuloso que sin estrellas se asomaba como un fantasma por la ventana y mientras la abuela rezaba nosotros pensábamos...

 

VI

 

Al poco tiempo, mi tía decidió alquilar la casa y mudarse a otro barrio. "No aguanto más" - le dijo a mi mama sentada en la cocina - "Se me aparece en cada rincón... Me voy". Hubo un silencio en el que el tiempo se congelo y después se abrazaron fuerte y lloraron entibiándose la pena con amorosas palabras. Yo también llore abrazado a la Viryi. Y desde ahi empezamos a vernos más raleado. Ibamos nosotros a Paso del Rey porque mi tía no quería venir. Pero un buen dia sonó el teléfono... "Voy para allá. Los invito al zoológico de La Plata" escuche escabullido entre lo negro del aparato y la oreja de mi papa. Grite, salte, baile, reí, llore, corrí por la casa y abrazado a una felicidad infinita me tire en la cama boca arriba y festeje que venía la Viryi otra vez. Ese viernes no pegue un ojo en toda la noche esperando a que llegaran. “A mí no me gustan los zoológicos” – pensaba – “pero a la Viryi le encantan y dice que cuando sea grande va a ser doctora de gatos”. Después, sonriendo me di vuelta y acariciando a mi perro amaneci esperando.

 

VII

 

¡Trac trac, trac trac! y por fin apareció el cartel de fondo negro con letras blancas que decía "La Plata". "Vamos" -dijo mi mama- mientras acallaba nuestros gritos y nos despeluzaba la ropa con la mano. Corrimos sobre el andén y en la calle subimos a un taxi y atravesamos la ciudad hasta el bosque. Pasamos la enorme entrada de fierro gris que tenía un elefante con la trompa extendida que estaba tan alto que casi no lo veíamos. Adentro nos compraron entre rezongos dos copos de nieve y dos cajas de galletas para animales y empezamos la recorrida. La Viryi estaba enloquecida. Quería bajar a abrazar a los leones en el foso de su jaula. Se abalanzaba sobre los barrotes para gritarles a los monos que se colgaban chillando y pidiendo un puñado de galletas. Le tiraba besos a los ciervos y se quedaba dura frente a los hipopótamos y a los tigres rayados. Yo la seguía como un perrito faldero, comiéndome una tras otra, las galletas para animales que eran mucho más ricas que mi copo de nieve. Mi mama y mi tía venían atrás conversando. Un codazo de la Virgi justo en las costillas casi me hace atragantar. "Mira eso" me dijo abrazándome y ubicándome la cara con sus dedos para que viera. Frente a un jaulón, lleno de pájaros multicolor y con picos enormes y curvos, aparecía una caja toda de vidrio del tamaño de una casa. Las paredes le brillaban con el sol y nos acercamos corriendo para mirar que había adentro pero tuvimos que pegar nuestras cabezas sobre el cristal y hacer visera con las manos para ver. Detrás de esos cristales, opacados por las gotas de vapor que se chorreaban, vibraba temerario y silencioso el submundo de las serpientes.

 

VIII

 

Eran tres a cual más larga, más gorda y más espeluznante viviendo en una selva frondosa que estaba encerrada en ese enorme frasco de vidrio con una cúpula en lo más alto. Dos de ellas, una de color azulado tenía un cuerno sobre la cabeza y la otra era tan amarilla y reluciente que parecía de oro. Flameaban pasando una sobre la otra y arrastrándose entre las hojas secas y los charcos de agua mientras la tercera, yacía tendida con su cuerpo blanco, cilíndrico y con manchas oscuras enroscada sobre un solitario tronco. Allí guardaba su cabeza triangular metida entre su espiralado cuerpo y el borde del palo. Con los ojos abiertos y una sonrisa dibujada en la boca cerrada nos observaba como un demonio. Nos miramos lívidos. Jamás habíamos visto serpientes y ahora teníamos a tres juntas. Dimos un paso atrás agarrándonos de los brazos y tragando saliva íbamos a volver a pegar las caras sobre el vidrio cuando la presencia repentina de un gato nos distrajo. Se acercaba a nosotros lentamente con un suave movimiento de sus patas y con un maullido apagado y prolongado. La Viryi se agacho y lo acaricio enseguida y el gato se le refregó en su pierna encorvándose mientras yo me le acercaba tímidamente. Estaba tan sucio que le marco una línea gris sobre el zoquete blanco. "Puchuchun gatito" le decía riéndose y lo acariciaba. El gato la miraba y maullaba contestándole. Yo también lo acaricie un poco. Entonces La Viryi lo alzo  pero el gato vio a la mefistofélica víbora anudada en el tronco y de un salto se le escapo. Desde el piso nos miró maullando y después se apachurró con su lomo contra el vidrio. Se durmió enseguida y nosotros lo dejamos tranquilo volviendo a pegar nuestras caras para ver a las serpientes. La del cuerno y la de oro seguían en el piso pero la que estaba enroscada en el tronco había desaparecido... La buscamos para allá y para aca. Por arriba y en el suelo. Y nada. Nos parecía que, las otras dos, que se movían como mangueras por las que corre el agua, se comentaban algo en secreto sacando sus largas y finas lenguas. "Hablan las víboras?" pregunte inquieto y repentinamente escuche un maullido al lado mío y me aparte boquiabierto. "mira... eso..." tartamudee agarrando a la Viryi de un brazo. El corazón me galopaba adentro y jadeaba como un perro bajo el sol. Era tan escalofriante... El gato iba siendo tragado entero por la víbora que antes estaba sobre el tronco. Poco a poco el puchuchun gatito se iba hundiendo en la profunda oscuridad del larguísimo reptil y con los ojos a punto de estallar nos miraba implorante. La Viryi se tapó la cara con las manos y con un ojo por entre los dedos miraba todo. El débil maullido se apagaba lento como una vela sobre el borde de un plato. Queríamos pedir auxilio pero no nos salían las palabras. Casi me hago pis encima. La Viryi lloraba en voz baja. "Como habra hecho?!" sin hacer el menor ruido! y sin que pudiéramos verla!. Habra pasado su cabeza por algún agujero en uno de los vidrios y arteramente, con la velocidad de un rayo, lo habra sorprendido al Puchuchun gatito mordiéndolo con sus colmillos envenenados y paralizándolo instantáneamente; y ahora... ¡la muy malvada!.. cerrando finalmente la boca  terminaba de engullirlo mirándonos con sus pupilas filosas y lanzándonos un gruñido. Entonces quede frio pensando que después de haberse comido al gato... “No!... No!” grite como loco y la Viryi grito conmigo. A los empujones salimos corriendo pero al dar un paso, nos chocamos las narices contra la floreada pollera de mí tía. "Que pasa?...Se lastimaron!...Ay Ay Ay". Nosotros que ya no teníamos casi fuerzas levantamos las cabezas entre amargos sollozos. Entonces una electricidad me atravesó desde la cabeza hasta los pies mientras oía a la Viryi gritar salvajemente. El puchuchun gatito estaba acurrucado en los brazos de mi tía y nos maullaba mientras mi mama le acariciaba una oreja. La Viryi lo agarro atolondrada y apretándolo contra la cara le decía "Vos no te moriste puchuchun.". Yo le buscaba los agujeros de las mordidas por entre los pelos, pero el gato pego un salto y se fue corriendo a la jaula de las cacatúas. Entonces, mudos y con las piernas temblando, volvimos a mirar a través de los cristales brumosos. Y ahi estaba... como un tirabuzón enroscada en el tronco, sacandonos su doble lengua y con una sonrisa dibujada en la boca.

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